Partimos desde Barcelona provincia el Viernes 30 de
julio, y dejando atrás Lérida, Barbastro y Aínsa nos condujimos hasta
el bonito pueblo de Bielsa (Ruta
--> Llegada: Bielsa). El lugar de pernocta escogido fue el Camping
Pineta, sito en el valle del mismo nombre, a unos siete kilómetros de
Bielsa. Hasta allí nos acompañaron Alicia, Ana y Laurita que se quedaron
en el camping para tener también su aventura al día siguiente, aunque más
"light".
Habíamos quedado a
las 6:00 A.M. del día después, Jotas, Darío, Richard y Alberto, el que
escribe estas líneas, con todo ya preparado, en el mismo Camping Pineta.
Pero cuando “On The Rocks el Xispas” brillaba por su ausencia nos temimos que otra
vez íbamos a faltar a la puntualidad. Efectivamente, cuando a las 6:15
A.M. apareció nuestro colega con un mega-bocata de pan de chapata y aún
tenía que meter la comida dentro de la mochila, vimos que la cosa iba
para largo. Sin embargo, a las 6:30 A.M. ya empezábamos a andar, una vez
habíamos dejado el coche en una zona de acampada, al lado del río, cerca
de la Hermita de Pineta y a unos 1330 m de altitud: empezaba la
aventura.
Nos abrimos paso por el
bosque para acercarnos a los Llanos de La Larri (250 m más arriba), por una
bonita
senda que sigue el GR-11
cubierta en su mayor parte por una densa bóveda de abetos y
hayas. Richard, con bocata en
boca, sin duda tentaba al diablo de las “pájaras
e indigestiones”, a mí al menos me pareció algo salvaje meterse
semejante “tanque” en las fauces nada más comenzar. Sin darnos
cuenta, el camino subía y subía y nos pudimos percatar porque los
gemelos empezaban a quemar y las primeras sudoraciones hacían acto de
presencia. Estuvimos subiendo unos 40 minutos hasta alcanzar una pista
forestal que nos llevaría con menos pendiente, pero sin dejar de subir,
hasta alcanzar los citados llanos. Antes pero, la primera sorpresa del día
iba a aparecer: atónitos pudimos comprobar la negativa de Jotas a
continuar la ascensión. Lo achacó a estar falto de sueño, después de
una primera rampa nada prometedora para él. Este hecho puntual y sin
mayor trascendencia iba a marcar definitivamente el desenlace final de la
excursión, como ya veremos más adelante. De hecho, Jotas ya había
subido a la cima dos semanas antes, así que no le dimos mayor importancia
y, después de intentarlo convencer sin éxito, seguimos hacia delante sin
su inestimable compañía.
La pista forestal
nos llevó a un paraje digno de comentario: poco antes del Refugio de
La Larri, en una revuelta del camino pudimos apreciar en lo alto el Añisclo,
el Monte Perdido y el Cilindro. Qué impresionante era contemplar el
Glaciar del Monte Perdido, en plena
regresión, pero aún con unos 45 m de
espesor. En breve, pudimos apreciar la grandeza del valle que, previo al
Barranco de Fuensanta, nos llevaría a los Lagos y al Circo de la Munia.
Se trataba de un amplio valle, no muy largo, por el que transcurrían las
tranquilas aguas del río Cinca, poco después de su nacimiento. Al
recorrer el verde valle nos encontramos con un rebaño de vacas y
dos
portentosos caballos a los que no me cansé de fotografiar, hasta el punto
de irrumpir en su tranquilidad y llegar a causarles cierto desaliento, que
se tradujo en un lento pero desafiante acercamiento por parte de ellos y
de una sigilosa retirada del amigo Darío, y de mí mismo - "a ver si
nos va a dar una coz el bichito..." - pensamos.
Al fondo, imponente, la
primera dificultad real del día: el Barranco de Fuensanta adornado por la
impresionante cascada del río Cinca. Para no caer en el error cometido
hacía unas semanas por la anterior expedición de Rocsandpics, nos
mantuvimos al margen derecho del río (yendo
por la Estiva) y empezamos a subir por una
escarpada empedrada que transcurría a la derecha para luego irse
acercando más al centro de la pared, en una agonía zigzagueante, esto
nos llevó al primer punto de referencia, una vez aquí, volvimos a girar
a la derecha, para llegar al punto
de referencia 2. Fueron
los momentos más duros de la ascensión, que se hicieron largos e
intensos. La pared se hacía más y más empinada y no tardamos mucho en
parar a tomar un refrigerio y algunos zumos para preparar el cuerpo para
una situación de “altas pulsaciones”. Proseguimos subiendo por el sufrido camino que a veces se tornaba
una simple cornisa desde la que divisar como
los árboles del valle no
eran más que puntitos verdes inmersos en un valle que cada vez se encogía
más y más. Si los Llanos de La Larri se encontraban a unos 1570 m de
altitud, al alcanzar el río de nuevo después de subir el interminable
barranco ya estábamos a unos 2300 m y el camino empezó a darnos un poco
de tregua. Pero no nos confundamos, tregua en esta excursión significa
menos pendiente, no reposo, pues desde el inicio del barranco hasta los
Lagos de la Munia el ascenso es
continuo.
A las 11:00 A.M.
aproximadamente avistamos el primero de los Lagos de la Munia (a unos 2500
m), después de
reseguir el río en el que ya empezaban a resurgir los primeros tramos con
nieve, hermosos cuando daban paso al lecho del río. Era un paraje
precioso en el que confluimos con aquellos montañeros que venían desde
Chisagüés con bastante menos desnivel en sus botas que nosotros, por la
derecha del lago. Después de realizar algunas panorámicas proseguimos
hasta el segundo
lago. Nada más llegar aquí ya compensaba el esfuerzo.
El deshielo parcial de la montaña moría en dicho lago, el cual reflejaba
cual perfecto espejo las rocas, los minúsculos trozos de nieve que se
resistían al deshielo, los picos, de la Munia al frente
(aunque queda por detrás y no se ve) y el de Robiñera
(un 3003 m al que abortamos un posible ascenso dada la dureza de la
jornada) que ya habíamos dejado atrás.
12:00 P.M: Hicimos
acopio de fuerzas, comimos algo de proteínas y recuperamos el nivel de líquidos
con algunas bebidas isotónicas, el que las tenía; todo para encarar el
paso definitivamente hacia la antecima, que prometía ser dura, como todo
ascenso en su etapa final. El sol, además, brillaba con fuerza y nos
calentaba de manera implacable. Richard y yo no llevábamos gorra alguna,
así que yo había optado por ponerme una camiseta a modo de “Doña
Rogelia” y Richard perdió el tiempo pidiéndole una camiseta a
Darío,
que debió pensar “al enemigo ni agua” pues entre risas se negó a
darle facilidades a su compañero de batallas, además, la única camiseta
que llevaba era la de Rocs&Pics, y ésta compañeros, es sagrada. Empezamos a subir y subir
ya exhaustos pero sin perder el ritmo con una paciencia increíble y mucha
determinación, teníamos ganas de llegar. Yo quizás era el que iba más
“tocado” pero en ningún momento pensé en abandonar, pues sabía que
todo era cuestión de tiempo y de realizar los descansos necesarios.
A la hora y cuarto,
más o menos, alcanzamos el Collado de la Munia, sudados y con el corazón
bombeando de lo lindo, atrás dejábamos un pedregal que hacía las veces
de tartera, sin llegar a serlo realmente. Descansamos y entre contentos y
hasta “los mismísimos...” de la subidita pudimos apreciar el Valle de
Tromouse que daba a la vertiente francesa de la montaña, a lo lejos el
Monte Perdido y Cilindro estaban encapotados y bajo
nuestros pies los Lagos de La Munia. A la 1:30 P.M. retomamos el
camino cresteando y esperando toparnos en breve con el afamado Paso del
Gato. La cosa olía a antecima, pero la montaña se rió de nuestras
calaveras cuando divisábamos algo que parecía la cima y no lo era. La
grimpada se impuso como forma de progresión, llevándonos incluso a
momentos “delicados” por ser un tanto aéreos en los que un resbalón
o tropiezo podría haber sido fatal. A la media hora o así, desde el
collado nos encontramos delante con los zarpazos de nuestro amigo el
gato;
efectivamente, no era una pared muy alta, a lo sumo unos 5 o 6 metros,
pero, a primera vista, carecía de apoyos
significativos. El punto clave
para atacarlo era aprovechar una hendidura en la roca lisa para sostenerse
y hallar un par de minúsculos huecos donde apoyar pies y manos. El Paso
del Gato no es peligroso en sí, si te caes la caída no se me antoja
mortal porque no da a un precipicio directamente y la altura no es grande,
pero el suelo es rocoso y te puedes romper la crisma al golpearte con
alguna roca, aunque la caída libre sea, como digo, de unos cinco metros,
más o menos. El primero en atreverse a mirar de cerca “los ojos del
gato” fue el amigo Richard mientras abajo el amigo “Maligno” le
grababa con la cámara digital y yo lo miraba atento pues el siguiente sería
yo. El listón estaba alto pues tenía que tardar menos de 30 segundos en
pasarlo porque era lo que duraba la grabación de vídeo de la cámara.
Richard fue más allá de nuestras expectativas, pues asombrados nos
dejaron su rapidez y seguridad en superar el “handicap”. Increíble,
¡parecía un escalador experto!. Como si lo hubiera hecho toda la vida. El
siguiente en encaramarse fui yo. Me enganché en el primer apoyo, y
recuerdo que pensé “o lo hago rápido o soy capaz de resbalar y me dejo
los sesos” así que tras un grito de guerra saqué casi todas las
fuerzas que me quedaban y ¡zas! Saqué manos y piernas de donde no las
tenía y en muy poquito me hallé también a salvo junto al colega “Roró”.
Las secuelas de mi acción fueron un pequeño corte en la rodilla y, casi
imperceptibles, unos arañazos en el antebrazo. Darío era el
siguiente, más
lento que nosotros, pero muy seguro se fue afianzando hasta superar el
paso sin ningún titubeo. Un diez para todos, ¡prueba superada!
Os tengo que contar
que a partir de ahí significó un punto de inflexión para mí, pues creo
que me dejé casi todas las fuerzas en el maldito paso (algo se alteró en
el espíritu del gato y me echó una maldición por haber “blasfemado”
junto a sus zarpazos, con lo tranquilo que estaba él), pensando que la
cima llegaba inmediatamente después. Pero no fue así, pues aún tuvimos
que subir un par o tres de conglomerados de roca más y atravesar algunos pasos ciertamente
vertiginosos, sin
contar las 2 o 3 crestas que tuvimos que cruzar.
Finalmente ya no se hizo esperar más: trasn 8 horas de caminata, tocamos
techo. Coronamos los 3133 m de la cima con más pena que gloria cuando debían ser casi las 3:00 P.M.,
primero subieron Darío y
Richard y yo
un poco más
rezagado, con el
cansancio, ya no sólo en los músculos, hasta en los huesos. Sin fuerzas
ni para marcarme un ¡Awuelooooooooooo!, tal y como está mandado en estos
casos. La cima se componía de unos hitos desde los cuales festejamos la gran victoria, nos
hicimos las fotos de rigor. La panorámica era espléndida, tan sólo unas
nubes amenazantes cubrían parte del Monte Perdido dejando entrever la
pequeña Munia, Sierra Morena y todo el valle francés, además de los Lagos de la Munia,
que ahora se apreciaban abajo como dos diminutos charcos arropados por
otra tanda de montañas que no adivinaba a saber su nombre. ¡Objetivo
cumplido! ¡Qué grandes somos!
Comimos rápido
porque las nubes se acercaban con ganas de descargar. Bajar por la cresta
que habíamos subido, se tornó aún más peligroso, pues las fuerzas ya
estaban tocadas. Al llegar de nuevo al paso del gato, la cautela predominó
porque es quizás cuando es más peligroso y a nadie le apetecía romperse
ningún miembro. Por la izquierda bajaba un camino que parecía sortear el
descenso de las diferentes grimpadas, pero hubo un momento de tragar
saliva cuando perdimos el camino y nos vimos obligados a pasar por dos
pasos totalmente aéreos, inclinados y sin apoyo. Esos fueron para mí más
complicados y peligrosos que el Paso del Gato. Pero con mucho cuidado los
fuimos superando, reencontramos el camino hacia el collado y con las
piernas embotadas iniciamos el descenso de la tartera hasta los lagos. Allí
descansamos un rato más prolongado con la vista puesta en el cielo,
aunque en esos momentos el sol volvía a tostarnos, si cabe, un poquitín
más. Deliberamos en meternos en el lago, pero no lo vimos nada claro ¡el
agua estaba helada! A duras penas metí los pies.
A cosa de las 4:30 P.M.
proseguimos nuestro camino. Bajamos por el sendero del río superando algún
tramo de nieve muy derretido por el calor reinante, hasta llegar a la zona
donde el caminito surca alegremente una zona de verde y alta hierba, donde
me hubiera gustado tenderme a echar una reconfortante siesta ¡qué poco
cuesta soñar, amigos! Continuamos caminando por el sendero hasta el
principio del barranco. Había perdido ya la cuenta del rato que llevábamos
andando y de la cantidad de agua que potabilizamos para no caer en la
deshidratación. Cuando bajamos las primeras cornisas, nos quedamos
estupefactos: parecía imposible que hubiéramos podido ascender por allí,
era realmente empinado, no había camino, aquello eran prácticamente
surcos en las mismas rocas. Yo empecé a pagar el cansancio y a aumentar
la frecuencia de mis paradas porque mis piernas no daban abasto para
frenar mi peso y el de la mochila que aunque casi vacía de víveres parecía
contener un pesado ladrillo. Las piernas no obedecían mis órdenes y el
descenso se tornó penoso y muy sufrido por mi parte. Obligué a mis compañeros
a esperarme y esperarme... más y más...
Al fin llegamos a
los Llanos de La Larri al lado de la cascada del Cinca, que para mí fue
todo un bálsamo. Seguí mientras pude a mis compañeros hasta cuando nos
adentramos en el bosque, para alcanzar el punto final de la excursión,
momento en el cual los volví a perder debido al dolor de piernas que sufría.
Al poco de llegar a la Hermita (tras 6 horas de bajada) me encontré a mi novia Alicia que ya
estaba nerviosa de la espera y salió a mi encuentro con Laurita.
Bajamos unos pocos metros más hasta la fuente de la Hermita de Pineta en
la que me refresqué. Entonces en ese momento, al alcanzar la carretera
que nos conduciría a donde habíamos dejado el coche, la lluvia hizo acto
de presencia; no se pudo esperar más y cayó en forma de aguacero el cual
fue del todo agradecido. Al llegar al coche (eran las 8:40 P.M.
aproximadamente) la gran sorpresa que me había adelantado Alicia: la
rueda del coche de "Roró" estaba pinchada.
Pero para llegar a
este punto de la historia, permitidme antes un pequeño inciso para
enlazar con el mañanero abandono de "Jotas". Cuando dejó la expedición
se fue al camping con el coche de Richard. Recogió un poco más tarde a
las mujeres y las llevó de vuelta, en una pequeña excursión hasta los
Llanos de La Larri y la cascada del Cinca, en la que Alicia pudo comprobar
lo peligroso de "molestar" a las vacas cuando están con los
ternerillos. Tras la excusión, retornaron al camping y las chicas
volvieron allá por las cinco o seis de la tarde (mientras nosotros
descendíamos) para recogernos en nuestro retorno, otra vez al parador
donde se suponía que habíamos dejado aparcado el bólido. Para entonces
"Jotas" volvía con su familia a Barbastro y ellas, al llegar al
puente del río, detectaron el pinchazo de la rueda.
Retomamos el punto
en el que llegué al coche. Los vi cambiando la rueda bajo la lluvia, me
puse el cortavientos, todo empezó a tambalearse, me mareé, me dolía la
cabeza terriblemente, parecía que me había dado una insolación.
Cambiaron la rueda por una de esas estrechas que impiden rodar a más de
80 km/h. Personalmente, me pareció que la rueda estaba muy deshinchada y
vaticiné un reventón, lo cual aconteció al día siguiente a sólo 1 km
de Parzán, donde pretendían reparar la rueda ¡Pobres Dario y Richard!
¡Tuvieron que esperar al RACC a pleno mediodía! Mientras yo me bañaba
con Laurita en la piscina de un mesón en el que paramos a comer de vuelta
a casa, y es que, ¡no iba a ser todo sufrimiento!. Pero me he ido un poco
del tema, volvamos al tema del coche del día anterior. Hicimos dos viajes
uno con el coche de Richard y otro con el mío, tras recogerlo en el
cámping. Yo me quedé tiritando en la cama hasta que regresaron todos
sanos y salvos. Todo quedó en un susto pues al tomar un analgésico, un
zumo y una coca-cola, mejoré ostensiblemente (quizás todo fue provocado
por un bajón de azúcar que había estado enmascarado por mi terrible
dolor en los cuadriceps al bajar). Lo que parecía que podía significar
que me llevaran al hospital más cercano, por consejo de un médico al teléfono,
acabó con un "vámonos arriba al bar a comernos un plato combinado que
tengo un hambre de la hostia". Así, muy cansados pero felices de que al
final todo saliera bien y del rotundo éxito de la ascensión, acabamos
nuestra aventura: degustando unos manjares que se nos antojaban como una
mariscada en la playa. Amigos, eso no era comer, era devorar...
Sus 1800 m de desnivel hacen que sea una excursión muy exigente en la que es mejor
tener una buena forma física para que las piernas no digan de volverse a
las primeras de cambio, además, si la parte final cogemos el camino recto
por las crestas (como hicimos nosotros), podemos encontrarnos algún que
otro paso bastante aéreo, no apto para gente con vértigo.
by Alberto